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domingo, 12 de julio de 2009

El Pelícano. (August Strindberg)

August Strindberg

PERSONAJES

La Madre
El Hijo
La Hija
El Yerno
Margret

ACTO PRIMERO

Un salón. En el fondo una puerta que da al comedor. Formando ochava, a la derecha, una puerta-ventana que da a un balcón, Un secreter, un escritorio pequeño, una chaise longue tapizada en pana roja, una mecedora.
Entra la madre, vestida de luto. Se deja caer en el sillón y, de
cuando en cuando, escucha con inquietud. Se oye tocar en el piano la Fantasía Impromptu, Opus 66, de Chopin. Margret, la cocinera, entre por la puerta del fondo.


LA MADRE: Cierra la puerta, por favor.
MARGRET: ¿Está sola?
LA MADRE: Cierra la puerta, por favor. (Con un ademán.) ¿Quién toca el piano?
MARGRET: ¡Qué noche horrible! Viento, lluvia…
LA MADRE: Cierra la puerta, te lo ruego... No puedo aguantar más ese olor a fenol y abeto.
MARGRET: Estaba segura. Por eso le dije que deberían haber sacado, de aquí al señor inmediatamente.
LA MADRE.- Mis hijos querían que la ceremonia fúnebre se hiciera en casa.
MARGRET: ¿Por qué no se marchan de aquí?
LA MADRE: El propietario se opone. No podemos movernos... Estoy prisionera entre estas cuatro paredes... En las otras piezas me ahogo.
MARGRET: ¿Por qué?
LA MADRE: ¡Tantos recuerdos terribles! ¡Y ese olor...! ¿Quién toca? ¿Es mi hijo?
MARGRET: Sí, sí... su hijo. No se halla a gusto en esta casa, está nervioso. Y tiene hambre, siempre tiene hambre... Dice que nunca pudo comer hasta saciarse.
LA MADRE:' Toda su vida fue débil, enfermizo; desde que nació.
MARGRET: Cuando se ha criado a un bebé con mamadera, hay que darle después una alimentación nutritiva.
LA MADRE: ¿Y qué? ¿Le faltó algo, acaso?
MARGRET: Faltarle precisamente, no. Pero usted se ingeniaba para comprarle precisamente lo más barato que podía encontrar, y lo peor. . . (Pausa.) No se envía a un niño a la escuela con una taza de achicoria y una rebanada de pan en el estómago.
LA MADRE: Mis hijos nunca se quejaron de la comida...
MARGRET: Delante de usted, por supuesto que no... No se atrevían... Pero cuando fueron más grandes, venían a la cocina y hablaban...
LA MADRE: Nuestra situación no era brillante.
MARGRET: Perdón, pero me consta, porque salió en el diario, que el señor tenía ingresos anuales de veinte mil coronas.
LA MADRE: Hace falta mucho dinero para vivir.
MARGRET: Sin duda... pero lo cierto es que los niños no son sanos. La señorita Gerda, quiero decir, la señora Gerda no está completamente desarrollada... ¡y tiene veinte años! LA MADRE: ¡Tú siempre diciendo desatinos!
MARGRET: Claro, claro... (Pausa.) ¿No quiere que encienda un poco la estufa? Hace frío...
LA MADRE: No, gracias. No somos tan ricos como para quemar el dinero.
MARGRET: Nuestro estudiante se pasa el día tiritando. Para calentarse no le queda otro remedio que salir o tocar el piano.
LA MADRE: Siempre fue friolento.
MARGRET: Me gustaría saber por qué...
LA MADRE: ¡Ten cuidado con lo que dices, Margret! (Pausa.) ¿Anda alguien al lado?
MARGRET: Quédese tranquila, nadie anda al lado...
LA MADRE: ¿Qué te imaginas? ¿Que tengo miedo a los fantasmas?
MARGRET: No me imagino nada... Lo que sé es que no me quedaré mucho tiempo en esta casa. Vine porque me creí llamada a velar por los niños. Cuando vi cómo trataba a las criadas, quise marcharme en seguida, pero no pude, o mejor dicho no me atreví... Ahora que la señorita Gerda se ha casado, considero qué mi tarea está cumplida. Se acerca la hora de mi liberación, pero no ha sonado todavía.
LA MADRE: ¿De qué me estás hablando? El mundo entero sabe cómo me sacrifiqué por mis hijos, cómo me consagré a mi hogar, cómo cumplí con mis obligaciones... Tú eres la única que se atreve a hacerme reproches, pero no creas que vas a asustarme. Puedes irte si quieres. Además, no pienso tener criada si la joven pareja viene a instalarse en el departamento...
MARGRET: Le deseo que no le pese algún día... Los hijos son ingratos por naturaleza, y a las suegras, cuando no aportan dinero, nadie las soporta...
LA MADRE: No te preocupes... Pagaré mi pensión y además prestaré algunos servicios. Por otra parte, mi yerno no es un yerno como los otros...
MARGRET.- ¿De veras?
LA MADRE: De veras... No me trata como a una suegra, sino como a una hermana, por no decir como a una amiga... (Margret hace una mueca).
LA MADRE: Me imagino lo que piensas. Es cierto, mi yerno me gusta, así como no le gustaba a mi marido. Mi marido le tenía envidia; me aventuraría a decir que estaba celoso de él... Sí, me honraba con sus celos... y sin embargo no soy tan joven... ¿Decías?
MARGRET: No decía nada. Me parece que viene alguien. Es su hijo, tose... (Pausa.) ¿No enciendo el fuego?
LA MADRE: No vale la pena.
MARGRET: ¡Escúcheme! He pasado hambre, he pasado frío en esta casa, todo logré soportarlo. Pero déme una cama, una verdadera cama. Estoy vieja, cansada...
LA MADRE: Elegiste bien el momento... ¡precisamente cuando piensas marcharte!
MARGRET: SI, ya me olvidaba. (Pausa.) Pero aunque sea por el honor de la casa, queme mi camastro, queme esos trapos que cubrieron a un muerto... Así, por lo menos, pasará menos vergüenza ante la que me reemplace, si viene alguna.
LA MADRE: No vendrá ninguna.
MARGRET: Y aunque viniera, no se quedaría... Vi desfilar cincuenta criadas por esta casa y ninguna podía resistir.
LA MADRE: Claro, eran mujerzuelas, como todas ustedes.
MARGRET: Muy amable... Pero ya le llegará su hora, a todos les llega su hora... ¡Nadie se salva!
LA MADRE: ¿Cuándo vendrá el día en que me vea libre de ti?
MARGRET: Pronto, muy pronto... Antes de lo que se imagina.
(Sale. Entra el hijo con un libro en la mano. Tose y tartamudea ligeramente).
LA MADRE: Cierra la puerta, por favor.
EL HIJO: ¿Por qué?
LA MADRE: ¡Qué manera de contestar es ésa! (Pausa.) ¿Qué quieres?
EL HIJO: ¿Puedo trabajar aquí? Hace tanto frío en mi cuarto...
LA MADRE: ¡Tú estás siempre tiritando!
EL HIJO: Cuando uno está sentado, sin moverse, se siente más el frío. (Finge leer, luego bruscamente.) ¿No terminaron el inventario todavía?
LA MADRE: ¿A qué viene esa pregunta? Hay que dejar pasar el período de duelo. ¿No sientes la muerte de tu padre?
EL HIJO: Sí, pero... pero él está bien, ahora. . . Y la paz de que goza después de tantos sufrimientos no la robó. Eso no impide que quiera conocer mi situación, saber ' si podré rendir mis exámenes sin tener que pedir dinero prestado.
LA MADRE: Tu padre no dejó nada... nada, salvo deudas, tal vez
EL HIJO: Pero su comercio valía algo, ¿no?
LA MADRE: No hay comercio que valga cuando no se tiene un negocio instalado ni mercadería... ¿Comprendes?
EL HIJO (tras un instante de reflexión): ¿Y la firma, el nombre, los clientes?
LA MADRE: Los clientes no se venden... (Pausa.)
EL HIJO: Sin embargo, es lo que oí decir.
LA MADRE: ¿No habrás ido a consultar a un abogado, eh? (Pausa.) ¿Es así como guardas duelo por tu padre?
EL HIJO: No, así no. Pero cada cosa tiene su importancia, (Pausa.) ¿Dónde están mi hermana y mi cuñado?
LA MADRE: Esta mañana regresaron de su viaje de bodas; se alojaron en una pensión.
EL HIJO: Allí al menos podrán comer.
LA MADRE: No sabes hablar de otra cosa que de comer... ¿Alguna vez has tenido quejas de la comida que te he dado?
EL HIJO: No, no...
LA MADRE: Dime una cosa: en los últimos tiempos, cuando tuve que separarme de tu padre y viviste sólo con él, ¿nunca te habló de sus negocios?
EL HIJO (Finge estar absorto en la lectura): Que yo recuerde, no, nada especial...
LA MADRE: Entonces, ¿cómo te explicas que no haya dejado absolutamente nada? Estos últimos años ganaba veinte mil coronas anuales.
EL HIJO: No estoy enterado de los negocios de mi padre. Pero decía que le costaba mucho mantener la casa; además, hacía poco que se habían cambiado todos los muebles. LA MADRE: ¿Así que decía eso? ¿No tendría deudas?
EL HIJO: No sé... (Pausa.) Tenía deudas, pero las pagó.
LA MADRE: ¿A dónde fue a parar entonces el dinero? ¿Dejó testamento? A mí me odiaba; en varias ocasiones llegó a amenazarme con echarme a la calle... (Pausa.) ¿Será posible que haya depositado sus ahorros en otra parte?
EL HIJO (cortante): No sé. (Pausa.) ¡No, es imposible!
LA MADRE (prestando atención): Me parece que caminan al lado.
EL HIJO (frío): No oigo nada.
LA MADRE: Estoy agotada... Tantos disgustos, el entierro, todas esas historias... A propósito, sabrás sin duda que tu hermana y tu cuñado van a ocupar el departamento; tendrás que buscarte una habitación en el centro.
EL HIJO: Sí, ya lo sé.
LA MADRE: ¿No te gusta tu cuñado?
EL HIJO: No me resulta simpático.
LA MADRE: Sin embargo es un buen muchacho y, además, muy capaz. Deberías quererlo, se lo merece.
EL HIJO: Yo tampoco le soy simpático. Además, se portó mal con papá.
LA MADRE: Quién tuvo la culpa
EL HIJO: Papá no era malo.
LA MADRE: ¿No era malo?
EL HIJO (bruscamente): Ahora sí, creo que caminan al lado.
LA MADRE: Enciende las luces, dos, nada más que dos. (El hijo enciende las luces. Larga pausa.) ¿No quieres colgar en tu cuarto ese retrato de tu padre? (Le muestra un retrato colgado en la pared.) Sí, ése.
EL HIJO: ¿Por qué?
LA MADRE: Porque a mí no me gusta. (Pausa.) ¡Tiene una expresión tan hostil en la mirada!
EL Hijo: No me parece.
LA MADRE: Llévatelo, entonces. Si te gusta, es tuyo. Te corresponde a ti.
EL HIJO (descuelga el cuadro): Muy bien. Pausa.
LA MADRE: Espero a Axe1 y Gerda. ¿Deseas verlos?
EL Hijo: No tengo ganas... Prefiero volver a mi cuarto. ¿Podría encender la estufa?
LA MADRE: No somos tan ricos como para quemar el dinero.
EL HIJO (violentamente): ¡Hace diez años que vengo oyendo ese estribillo! Sin embargo éramos ricos para hacer ridículos viajes al extranjero y darnos tono comiendo en restaurantes de lujo donde una cena costaba cien coronas. ¡Cien coronas! Por ese precio se pueden comprar cuatro canastos de leña ¡Cuatro canastos por una sola cena!
LA MADRE: ¡Tonterías!
EL HHIJO: Había algo en casa que no andaba bien. Pero ahora todo va a cambiar. Arreglaremos las cuentas.
LA MADRE: ¿Qué quieres decir?
EL HIJO: Quiero decir que el inventario y lo demás. . .
LA MADRE ¿Lo demás?
EL HIJO: Las deudas, los negocios en suspenso...
LA MADRE: ¿Ah, sí?
EL HIJO (tras una pausa): ¿Puedo comprarme un poco de ropa?
LA MADRE: ¿Cómo puedes tener la audacia de plantear semejantes cuestiones en un momento como éste? Sería mejor que fueras a ganarte algunas coronas...
EL HIJO: Ya ganaré todas las coronas que necesite cuando haya rendido mis exámenes.
LA MADRE: En ese caso pide prestado, como hace todo el mundo.
EL HIJO: ¿Quién querrá prestarme?
LA MADRE (agria): Los amigos de tu padre.
EL HIJO: No tenía amigos. Un hombre excepcional no puede tener amigos, pues no hay amistad sin admiración recíproca.
LA MADRE: ¡Qué sabio estás! ¿Quién te enseñó tan hermosos pensamientos? ¿Tu padre?
EL HIJO: Sí, era un hombre inteligente, pese a las locuras que cometía a veces.
LA MADRE: ¡Escuchen eso! (Pausa.) En vez de hablar tanto podrías ir pensando en casarte.
EL HIJO: ¿Casarme yo? ¡Muchas gracias! ¿Mantener a una mujer para diversión de los solteros? ¿Convertirme en el sostén legal de alguna mujerzuela, darle armas, voluntariamente, a la que dice ser la amiga del alma y que es, en realidad, la peor enemiga? No, me guardaré muy bien de hacerlo.
LA MADRE: ¡Las cosas que tengo que oír! Vuelve a tu cuarto. Ya te he visto bastante. (Pausa.) Podría apostar que bebiste.
EL HIJO: Claro que bebí. Me veo obligado a beber para calmar mi tos y, sobre todo, para no sentir el hambre que me aguijonea.
LA MADRE: Otra vez la comida, ¿eh? ¿Tan mala es?
EL HIJO: No diría que es precisamente mala, sino liviana, liviana como el aire.
LA MADRE: Puedes irte de una vez.
EL HIJO: O bien sazonada con tanta pimienta que en lugar de aplacar el hambre lo excita. Es muy sencillo: se tiene la sensación de absorber aire condimentado.
LA MADRE: ¡Palabra, de honor, estás borracho! ¡Borracho perdido! ¡Vete ya!
EL HIJO: Está bien, me voy. Tenía que decirte unas cuantas cosas más, pero por hoy basta. Está bien.
(Sale. La madre, -muy agitada, se pasea de un lado a otro de la habitación y abre y cierra los cajones. Entra bruscamente el Yerno.)
LA MADRE (a afectuosamente): ¡Axel, al fin! ¡Te esperaba con tanta impaciencia! Pero, ¿dónde está Gerda?
EL YERNO: Vendrá más tarde. Y tú, ¿cómo estás? ¿Alguna novedad?
LA MADRE: Siéntate. Tengo que hacerte varias preguntas. No nos vernos desde la noche del casamiento... ¿Por qué volvieron tan pronto? Pensaban permanecer afuera una semana y hace apenas tres días que se marcharon.
EL YERNO: Sí, el tiempo nos parecía muy largo. Cuando dos personas se han dicho todo lo que tenían que decirse, la soledad se hace pesada. Además, estábamos tan acostumbrados a tu presencia que realmente nos faltabas.
LA MADRE: ¿De veras? (Pausa.) Sí, sí, nosotros tres siempre nos entendimos muy bien, siempre, a través de todas las tormentas. Y me atrevería a afirmar que he sido útil.
EL YERNO: Gerda es una niña, no comprende nada de la vida: está llena de prejuicios; además, es obstinada, se encarniza con todo. .
LA MADRE: ¿Y qué te pareció la boda?
EL YERNO: Un éxito, todo un éxito. Y a ti, ¿qué te pareció el poema?
LA MADRE: ¿Te refieres al poema que me dedicaste?- ¿Qué puede parecerme? Creo que jamás suegra alguna recibió semejante homenaje para la boda de su hija. Ese pelícano que da su sangre para alimentar a sus hijos... ¿Sabes que lloré?
EL YERNO: Sí, primero lloraste, pero después no te perdiste una sola pieza; Gerda estaba casi celosa de ti...
LA MADRE: ¡Bah! Estoy acostumbrada. (Pausa.) Quería que me vistiera de negro, por el duelo, pero no le hice caso: ¡Bueno sería que tuviera que someterme a los caprichos de mis hijos!
EL YERNO: Tienes razón (Pausa.) Figúrate que Gerda pierde completamente la cabeza a la menor mirada que le dirijo a otra mujer.
LA MADRE: ¿De veras? Pero ¿no son felices ahora que están juntos?
EL YERNO: ¿Qué quiere decir, “felices”?
LA MADRE: ¡Ah, comprendo! ¡Ya se pelearon!
EL YERNO: ¿Ya? No hacíamos otra, cosa cuando estábamos de novios. Y ahora que me vi obligado a -presentar mi renuncia, que no soy más que un oficialito de reserva, las cosas se han puesto peor todavía. Sí, por raro que parezca desde que me reintegré a la vida civil parece que me tuviera menos apego.
LA MADRE: ¿Por qué no usas el uniforme? ¿Quieres que te diga la verdad? Así, vestido de civil, me cuesta reconocerte. Eres realmente otro hombre.
EL YERNO: Sólo me está permitido usar el uniforme cuando estoy de servicio y para los desfiles.
LA MADRE: ¿Permitido?
EL YERNO: Sí, es el reglamento.
LA MADRE: ¡Pobre Gerda! Estaba de novia con un teniente y de pronto se encuentra casada con un oficinista.
EL YERNO: ¿Qué quieres que haga? Hay que vivir. (Cambia de tono.) A propósito, ¿cómo va el asunto del dinero?
LA MADRE: Francamente, no sé nada. Pero empiezo a desconfiar de Fredrik.
EL YERNO: ¿Qué quieres decir?
LA MADRE: Esta tarde me habló otra vez en términos muy extraños.
EL YERNO: Es un imbécil.
LA MADRE: Los imbéciles de esa índole suelen ser muy ladinos. No me sorprendería que hubiera un testamento oculto o dinero escondido en alguna parte.
EL YERNO: ¿Hiciste tus pesquisas?
LA MADRE: Registré todos los cajones.
EL YERNO: ¿Los del muchacho también?
LA MADRE: Naturalmente. Y todos los días reviso su papelera; lo sorprendí escribiendo cartas que luego rompe y arroja al canasto.
EL YERNO: Eso no interesa. (Pausa.) ¿Examinaste bien el secreter del viejo?
LA MADRE: Por supuesto.
EL YERNO: ¿A fondo? ¿Con método? ¿Todos los cajones?
LA MADRE: Todos los cajones.
EL YERNO: Los secreters tienen cajones secretos.
LA MADRE (turbada): No se me ocurrió
EL YERNO: Entonces habrá que empezar de nuevo. Vamos a inspeccionarlo juntos.
LA MADRE: Imposible, están los sellos, los sellos del inventario.
EL YERNO: ¡Bah! Ya nos arreglaremos.
LA MADRE: No, no podernos hacerlo.
EL YERNO: Te digo que sí. Con desmontar la tabla del fondo... El secreto siempre lo colocan allí.
LA MADRE: Harán falta herramientas...
EL YERNO: No, déjalo por mi cuenta.
LA MADRE: Está bien, pero que Gerda no se entere.
EL YERNO: Por supuesto, si no iría a contárselo en seguida al hermanito.
LA MADRE (cierra la puerta con llave): Cierro, es más seguro.
EL YERNO (examina el fondo del secreter): ¡Vaya! Ya pasó alguien por aquí. Desprendieron el fondo. Mira, puedo introducir la mano.
LA MADRE (perdiendo la cabeza): Es ese muchacho, estoy segura, segura de que es él... ¿Te das cuenta que mis sospechas...? Date prisa, oigo pasos.
EL YERNO: Aquí hay papeles.
LA MADRE: ¡Date prisa, que viene alguien!
EL YERNO: ¡Un sobre!
LA MADRE: Es Gerda... ¡Dame los papeles, rápido!
EL YERNO (le entrega a la madre un sobre grande): ¡Toma,' escóndelo! (Se oyen forcejeos en la puerta, luego golpes suaves.) ¿Por qué se te ocurrió cerrar con llave? Estamos perdidos.
LA MADRE: ¡Cállate!
EL YERNO: ¡Eres una estúpida! Abre, abre... no, deja, abriré yo. Apártate de ahí.
(Empuja a la madre y abre la puerta. Entra Gerda. )
GERDA (confusa): ¿Por qué se encerraron?
LA MADRE: ¡Querida! ¿No me saludas? No nos vemos desde la noche de la boda. ¿Tuvieron un viaje agradable? Vamos, cuéntame, y no me mires con ese azoramiento.
GERDA (se sienta, deprimida): ¿Por qué se encerraron?
LA MADRE: Porque la puerta se abre sola y estoy cansada de pedirle cada uno que entra que la cierre... (Pausa.) ¿Qué les parece si hablamos un poco de su instalación? Porque vivirán aquí, ¿verdad?
GERDA: ¿Qué otra cosa podemos hacer? Además, me da lo mismo. ¿Qué opinas, Axel?
EL YERNO: Podemos vivir aquí perfectamente... nos llevamos muy bien.
GERDA: Pero, ¿dónde se instalará mamá?
LA MADRE: En esta pieza, hijita. Haré colocar una cama y...
EL YERNO: No pensarás poner una cama en medio del salón, querida...
GERDA (se sobresalta al oír la última palabra): ¿Hablas conmigo?
EL YERNO (turbado, muy rápido): Quise decir... mamá... En fin, de una manera u otra ya nos arreglaremos. Cada uno pondrá el hombro, y con lo que pagará tu mamá podremos vivir muy bien.
GERDA (con el rostro tranquilizado): Y así me ayudará un poco en las tareas de la casa...
LA MADRE: Encantada, querida, pero que no tenga que lavar los platos...
GERDA: ¿Los platos? ¡Qué ocurrencia...! Por otra parte, lo único que pido es tener a mi marido para mí sola. No quiero que lo miren las demás... como hacían todas en el hotel, todas; por eso tuvimos que acortar el viaje... ¡Pobre de aquella que intente robármelo!
LA MADRE: Ahora podríamos ir ordenando los otros cuartos.
EL YERNO (clava la mirada en la madre): Gerda puede comenzar por éste.
GERDA: No quiero quedarme sola. Hasta que no estemos completamente instalados no me sentiré tranquila.
EL YERNO: ¡Parece que las señoras tienen miedo de la oscuridad! ¡Está bien! Iremos los tres juntos.
(Salen. La escena queda sola, Afuera sopla el viento. La puerta del fondo empieza a golpear. Los papeles del secreter revolotean por la pieza. El viento sacude violentamente la planta que está sobre la repisa. Se desprende la fotografía de la pared y cae al piso. Se oye al hijo que grita- "¡Mamá!" y luego: "¡Cierra la ventana! La mecedora se balancea. Entra la madre como loca. Viene leyendo un papel.)
LA MADRE: ¿Qué ocurre? ¡El sillón se mueve!
EL YERNO (Entra tras ella): ¿Qué tienes? ¿Qué papel es ése? Déjame que lo lea. ¿Es el testamento?
LA MADRE: Cierra la puerta. Este viento nos va a llevar... Pero tuve que abrir una ventana, por el olor... (Pausa.) No, no es el testamento, es una carta que dejó para el muchacho, en la que nos calumnia a ti y mí.
EL YERNO: Dámela, quiero - leerla.
LA MADRE: No, te haría daño... La romperé. ¡Tuvimos suerte de que no cayera en sus manos! (Arruga la carta y la arroja en la estufa.) Sale de su tumba y habla. No ha muerto. ¿Cómo podré vivir aquí...? Escribe que yo lo asesiné. ¡No es cierto! Murió de congestión, el médico lo certificó... Y dice otras cosas, ¡pero son mentiras, puras mentiras! ¡Me acusa de haber causado su ruina...! Escucha. Axel, haz algo, lo que quieras, para que podamos dejar este departamento cuanto antes. ¡No puedo quedarme aquí, no puedo más! Prométeme que... ¡Mira el sillón!
EL YERNO: Es la corriente de aire.
LA MADRE: ¡Llévanos de esta casa! Prométeme.
EL YERNO: Imposible... Ustedes me deslumbraron con esa herencia que no existe y caí en la trampa... De no haber contado con ella no me habría casado., Ahora, habrá que tomar las cosas como son y tú tendrás que considerarme como un yerno decepcionado y arruinado. Si queremos vivir debemos entendernos, hacer economías, y tú nos ayudarás. LA MADRE: Con otras -palabras, quieres que sea sirvienta en mi propia casa. No te creas que podrás obligarme.
EL YERNO: La necesidad dicta la ley.
LA MADRE: ¡Crápula!
EL YERNO: ¡Basta, vejestorio!
LA MADRE: ¿Yo, sirvienta tuya?
EL YERNO: Así aprenderás, en carne propia, cómo vivieron tus sirvientas. Pasaron hambre, pasaron frío. Pero no te quejes, tú te salvarás de eso.
LA MADRE: Sí, tengo mi renta vitalicia...
EL YERNO: Que no serviría para vivir en una bohardilla, pero que puede servir, aquí, para pagar el alquiler, si obramos con cordura. Y si ustedes dos no quieren entrar en razón me marcho.
LA MADRE: ¡Serías capaz de abandonar a Gerda...! ¡Entonces, nunca la amaste!
EL YERNO: Nadie puede saberlo mejor que tú... tú que la desalojaste de mi corazón, que la excluiste de todas partes, salvo del dormitorio... Y si llegara a tener un hijo, también se lo arrebatarías... No sabe nada todavía, no comprende nada; pero está empezando a despertar de su sueño de sonámbula. Ten cuidado, porque el día que abra los ojos...
LA MADRE: Axel, tenemos que entendernos... No debemos separarnos. Ya no puedo vivir sola... Acepto todo, todo, pero la chaise-longue, ¡eso no!
EL YERNO: Tendrás que aceptarla. No pienso arruinar este departamento instalando aquí un dormitorio. Estás advertida.
LA MADRE: Entonces, dame otra pieza.
EL YERNO: No hay ninguna disponible. Además, ésta es muy bonita.
LA MADRE: ¡Bonita! ¡Un verdadero mostrador de carnicería, chorreando sangre!
EL YERNO: ¡Basta de tonterías! Si no te gusta, puedes elegir la bohardilla, la soledad y, cuando llegue el momento, el asilo de ancianas.
LA MADRE: Me rindo.
EL YERNO: Haces bien.
LA MADRE (Tras una pausa): ¡Te das cuenta! ¡Escribirle a su hijo que yo lo asesiné!
EL YERNO: Hay muchas maneras de asesinar a la gente y la tuya ofrece al menos la ventaja de no caer en el ámbito de la justicia.
LA MADRE: ¿La mía? ¿Por qué no dices la nuestra? También tú contribuiste a enfurecerlo, a empujarlo a la desesperación.
EL YERNO: Se cruzó en mi camino y no quiso apartarse. Tuve, que empujarlo.
LA MADRE: Lo único que te reprocho es que me hayas alejado de mi hogar... Nunca olvidaré aquella noche, la primera que pasamos en tu casa; estábamos sentados a la mesa, dispuesta como para una fiesta, y oímos, a lo lejos, del lado de los terrenos pantanosos, gritos horribles que parecían venir de una cárcel o de un manicomio... ¿Recuerdas? Era él: vagaba por el tabacal, en plena noche, bajo la lluvia, aullando su dolor, clamando por su mujer y su hijo.
EL YERNO: ¿A qué viene hablar de eso ahora? Además, ¿cómo sabes que era él?
LA MADRE: Lo dice en la carta.
EL YERNO: ¿Qué puede importarnos? El tampoco era un ángel.
LA MADRE: No, por supuesto. Pero tenía sentimientos humanos; sí, más que tú.
EL YERNO: Parecería que tus simpatías cambiaron de destinatario.
LA MADRE: ¡No te enojes! Tenemos que mantener la paz entre nosotros.
EL YERNO: Tenemos que mantenerla, sí. Estamos condenados a eso...
(Se oyen gritos roncos que vienen de afuera.)
LA MADRE: ¿Oyes? ¿Quién es? ¿El?
EL YERNO: ¿Quién, él? (La madre presta atención.) ¿Quién está ahí? ¡Ah! ¡Es el muchacho! Seguro que bebió otra vez.
LA MADRE: ¿Es Fredrik? Eran sonidos tan... como si... Me parece. .. No puedo soportar más... ¿Qué le ocurre?
EL YERNO: Ve a ver. (Pausa.) ¡Está completamente borracho, ese animal!
LA MADRE: ¿Cómo puedes hablar así? No olvides que es mi hijo.
EL YERNO: Si, tu hijo.
(Saca su reloj de bolsillo.)
LA MADRE: ¿Por qué miras la hora? ¿No te quedas a cenar?
EL YERNO: No, gracias. No estoy acostumbrado a beber té aguado y a comer anchoas rancias... y papillas. Además, tengo una reunión.
LA MADRE: ¿Qué reunión?
EL YERNO: Son asuntos que no te conciernen... Supongo que no tendrás la intención de hacerte la suegra.
LA MADRE: ¿Pero vas a abandonar a tu mujer la primera noche que pasan en casa?
EL YERNO: Tampoco ése es asunto de tu incumbencia.
LA MADRE: ¡Ahora veo qué me espera y qué les espera a mis hijos! Parece que llegó el momento de quitarse las máscaras.
EL YERNO: Sí, llegó el momento.



FIN DEL PRIMER ACTO




ACTO SEGUNDO


(Se oye "La Berceuse de Jocelyn” de Godard, Gerda está sentada frente al escritorio. Largo silencio. Entra el hijo.)

EL HIJO. ¿Estás sola?
GERDA: Sí, mamá está en la cocina.
EL HIJO: Y Axel, ¿dónde está?
GERDA: En una reunión... Siéntate, Fredrik, conversemos un rato. ¿Quieres hacerme compañía?
EL Hijo (se sienta): Tengo la impresión de que nunca con versamos mucho juntos. Nos hemos evitado constantemente, como si no tuviéramos nada en común.
GERDA: Siempre tomabas partido por papá, y yo por mamá.
EL HIJO: Quizá cambien las cosas ahora... ¿Conocías bien a papá?
GERDA: ¡Qué pregunta...! (Pausa.) A decir verdad, lo veía con los ojos de mamá.
EL HIJO: ¿Pero pudiste ver que te quería?
GERDA: ¿Por qué quiso entonces impedir mi noviazgo y luego romperlo?
EL HIJO: Porque le parecía que ese hombre no era el apoyo que necesitabas.
GERDA: De cualquier modo fue bien castigado cuando mamá lo dejó.
EL HIJO: ¿Quién la instigó a hacerlo, tu marido?
GERDA: Mi marido y yo. Era necesario que papá experimentara en carne propia qué significa una separación, ya que tanto insistía en separarme de mi novio.
EL HIJO: Eso acortó su vida... Sin embargo, sólo quería tu bien, puedes creerme.
GERDA: Tú que permaneciste a su lado, cuéntame, ¿qué decía? ¿Cómo tomó las cosas?
EL HIJO: No sería capaz de describir sus sufrimientos.
GERDA: ¿Y qué decía de mamá? EL HIJO: Nada. Pero puedo asegurarte que después de todo lo que vi, jamás me casaré. (Pausa.) ¿Eres feliz, Gerda?
GERDA: -Naturalmente. Cuando una mujer tiene el marido que deseaba, es feliz.
EL HIJO: ¿Por qué te ha dejado sola la primera noche que pasan en casa?
GERDA: Negocios... tiene una reunión.
EL HIJO: ¿En el restaurante?
GERDA: ¿Qué quieres decir...?
EL HIJO: Creí que lo sabías.
GERDA (llora, con la cabeza entre las manos) ¡Dios mío! ¡Dios mío!
EL HIJO: Perdóname, te he hecho daño.
GERDA: ¡Oh, sí! ¡Tanto daño! ¡Quisiera morir!
EL HIJO: ¿Por qué acortaron el viaje de bodas?
GERDA: Mi marido estaba inquieto... por sus negocios. Además, extrañaba a mamá. Sí, no pudo pasarse sin ella.
Gerda y el hijo se miran fijamente.
EL HIJO: ¿De veras? (Pausa.) ¿Fue agradable el viaje?
GERDA: Por supuesto.
EL HIJO: Sabes muy bien qué curiosa es mamá; nadie utiliza el teléfono mejor que ella.
GERDA: ¿Cómo? ¿Nos espió?
EL HIJO: Es su costumbre... En este momento ha de estar detrás de alguna puerta escuchando nuestra conversación.
GERDA: ¡Siempre piensas mal de mamá!
EL HIJO: ¡Y tú siempre piensas bien! ¿Cómo es posible? Sin embargo sabes perfectamente quién es.
GERDA: No, no quiero saberlo.
EL HIJO: ¿No quieres saberlo? Eso es otra cosa... Tendrás algún interés en...
GERDA: ¡Calla! Ya sé que vivo como una sonámbula, pero no quiero despertar. No podría seguir viviendo.
EL HIJO: ¿Te figuras que no vivimos todos como sonámbulos...? Tú sabes que estudio derecho. Leyendo las actas de los procesos comprobé que hay muchos criminales que no pueden explicar cómo ocurrieron las cosas... Creían hallarse en el buen camino hasta el momento en que, sorprendidos, despertaron. Es indudable que no obraban en sueños, pero estaban dormidos.
GERDA: Déjame dormir. Sé que me despertaré, pero que sea lo más tarde posible. ¡Oh, todas esas cosas que no conozco, que sólo presiento! ¿Recuerdas, cuando éramos niños...? La gente afirma que somos malos cuando lo que decimos es verdad. .. "Qué mala eres", me decían cada vez que yo sostenía que algo malo era malo. Entonces aprendí a callar... y me elogiaron por mis buenos modales. Después aprendí a decir lo que no pensaba. ¡En ese momento ya estaba preparada para hacer mi entrada en el mundo!
EL Hijo: Es cierto que debe correrse un velo sobre las flaquezas y los defectos del prójimo, pero de ahí a la hipocresía y la adulación hay un solo paso. Es difícil saber cómo comportarse. . . Sin embargo, hay- veces en que tenemos la obligación de decir lo que pensamos.
GERDA: ¡Basta!
EL HIJO: Está bien, me callo. Pausa.
GERDA: No, es mejor que hables, ¡pero de esas cosas no! Tus pensamientos atraviesan el silencio y llegan a mis oídos... Cuando las personas se encuentran reunidas, hablan indefinidamente para disimular sus pensamientos, y también para olvidar, para aturdirse. Quieren saber todo, todo lo que concierne a los otros, pero tienen buen cuidado de ocultar sus propios -asuntos.
EL HIJO: ¡Mi pobre Gerda!
GERDA: ¿Sabes qué es lo que duele más? (Pausa.) Comprender el vacío de la mayor felicidad.
EL HIJO: ¡Esta vez sí que has hablado!
GERDA: Tengo mucho frío. Enciende un poco la estufa.
EL HIJO: ¿También tú eres friolenta?
GERDA: Siempre tuve hambre y frío.
EL HIJO: ¿De veras? Es muy curioso lo que ocurre en esta casa... Si traigo leña tendremos escenas durante una semana.
GERDA: Tal vez queden algunos leños en la estufa... Mamá siempre ponía algunos para hacernos creer...
EL HIJO (abre la estufa): Tienes razón, hay trozos de leña (Pausa.) Pero ¿qué es esto? Una carta... toda arrugada. Puede servir para encender el fuego.
GERDA: Deja, Fredrik, no enciendas. No me siento con fuerzas para tener historias... Ven, siéntate conmigo, sigamos conversando.
(El hijo se sienta y pone la carta sobre la mesita. Pausa.)
GERDA: ¿Sabes por qué papá odiaba tanto a mamá?
EL HIJO: ¡Sí! Tu Axel vino a quitarle su esposa y su hija y él se quedó completamente solo. Además, papá advirtió que el' yerno era mejor atendido que él en la mesa, y ustedes tres se encerraban en el salón para hacer música, para leer... No pudo soportar esas cosas... Se sentía relegado, un extraño en su propio hogar. Desde entonces, tomó la costumbre de ir al café.

GERDA: No sabíamos lo que hacíamos... ¡Pobre papá! Es una dicha tener padres cuyo nombre y reputación son invulnerables; podemos estarles agradecidos... ¿Recuerdas sus bodas de plata? ¡Los discursos que pronunciaron en su honor! ¡Los poemas que les dedicaron!
EL HIJO: Recuerdo... pero me parecieron grotescos tantos festejos, como si hubieran sido un matrimonio feliz, después de la vida de perros que...
GERDA: ¡Fredrik!
EL HIJO: ¿Qué quieres? Es más fuerte que yo. Sabes perfectamente qué vida llevaron. ¿No te acuerdas... cuando mamá intentó arrojarse por la ventana y hubo que sujetarla?
GERDA: ¡Calla!
EL HIJO: Algún motivo habrá existido, pero no lo sabemos.... Después de la separación, cuando sacaba a pasear a papá, muchas veces tuve la impresión de que quería hablar, pero las palabras morían en sus labios... Algunas noches sueño con él.
GERDA: Yo también... Pero cuando se me aparece en sueños, es un hombre de treinta años... Me mira afectuosamente, su mirada encierra algún significado, pero no logro comprenderlo... Algunas veces, también está mamá. Y él no se enoja con ella porque la quiere, pese a todo. Sí, la quiso hasta el final. ¿Recuerdas la noche de las bodas de plata. . .? Cómo le habló, cómo le agradeció, pese a todo...
EL HIJO: Pese a todo... Es mucho decir, y poco a la vez.
GERDA: Sí, ¡pero todo era tan hermoso! Y además, no se puede negar que llevaba muy bien la casa.
EL HIJO: Ese es precisamente el quid de la cuestión.
GERDA: No entiendo.
EL HIJO: ¡Ah, cómo se apoyan, ustedes las mujeres! Basta que se mencione el manejo de la casa, para que todas, todas estrechen filas. ¡Una verdadera masonería! Interrogué incluso a la vieja Margret, con quien me entiendo muy bien, acerca de la situación de la casa. Le pregunté por qué jamás se come a satisfacción aquí; pero inmediatamente esa vieja charlatana enmudeció. Enmudeció y se enfadó... ¿Puedes explicarme su actitud?
GERDA: No.
EL HIJO: Veo que tú también formas parte de esa masonería.
GERDA: No comprendo qué quieres decir.
EL HIJO: A veces me pregunto si papá no fue víctima de esa sociedad que sin duda llegó a descubrir.
GERDA: Hay ocasiones en que hablas como un loco.
EL HIJO: Recuerdo que papá solía emplear, bromeando, estas palabras: "sociedad secreta". . . Pero en los últimos tiempos ya no las empleaba.
GERDA: ¡Qué frío hace aquí! Un frío sepulcral...
EL HIJO: Voy a encender el fuego, y que pase lo que pase. (Toma la carta distraído, pero poco a poco su mirada se fija en ella y comienza a leer.) ¿Qué es esto? (Pausa.) "A mi hijo. . . ¡La letra de papá! (Pausa.) ¿Así que era para mí? Sigue leyendo, después se deja caer sobre una silla, Pero sin abandonar la lectura.
GERDA: ¿Qué estás leyendo? ¿Qué es?
EL HIJO: ¡Es horrible! (Pausa.) Es horrible, espantoso.
GERDA: ¿Qué ocurre? ¡Dime, habla!
EL HIJO (Tras una Pausa): ¡No puedo más! (Dirigiéndose a Gerda.) Es una carta que me escribió papá. (Pausa.) ¡Ahora soy yo quien despierta!
(Se echa sobre la chaise-longue aullando de dolor y guarda la carta en su bolsillo.)

GERDA (se arrodilla junto a él): ¿Qué tienes, Fredrik? ¡Dime qué tienes! Hermanito, ¿estás enfermo? ¡Dí algo!
EL HIJO: ¿Cómo podré vivir en adelante?
GERDA: Pero cuéntame...
EL HIJO: ¡Es increíble! (Se levanta.) No, no puede mentir. No se puede mentir cuando se habla del fondo de la tumba.
GERDA: Quizá lo haya engañado su imaginación enferma.
EL HIJO: ¡La sociedad secreta! ... ¡Aquí está otra vez! ¡Siempre ella! (Pausa.) Está bien, voy a hablar. ¡Escucha!
GERDA: Creo que lo sé todo por anticipado y, al mismo tiempo, me resisto a creerlo.
EL HIJO: Es porque no quieres creer; y sin embargo, es la verdad. La que nos dio a luz era una vulgar ladrona.
GERDA: ¡No!
EL HIJO: Robaba el dinero de las compras; falsificaba las cuentas. Compraba a bajo precio y se quedaba con el excedente. Por la mañana, comía en la cocina y, para nosotros, hacía recalentar las sobras. Descremaba la leche. Por eso estamos mal desarrollados, por eso siempre estuvimos enfermos y hambrientos. También robaba el dinero de la leña; por eso nos hemos pasado la vida tiritando. Papá descubrió sus ardides; le hizo una advertencia; ella prometió enmendarse, pero continuó e incluso se perfeccionó. Sus últimos hallazgos: la soya y la pimienta de Cayena.
GERDA: ¡No creo una palabra!
EL HIJO: ¡Ahora, te diré lo peor! Tu marido, Gerda, es un canalla; nunca te amó, porque amaba a tu madre.
GERDA: ¡Oh!
EL HIJO: Papá se dio cuenta. Entonces, como tu novio le sacaba dinero a nuestra madre, el miserable, para ocultar su juego, pidió tu mano. Eso, a grandes líneas; completa tú el cuadro.
GERDA (llorando): Ya lo sabía, pero inconscientemente lo rechazaba; no habría podido soportarlo.
EL HIJO: ¿Qué hacer para salvarte del envilecimiento?
GERDA: Partir, partir muy lejos.
EL HIJO: ¿Adónde?
GERDA: No sé
EL HIJO: Entonces debemos esperar y ver el giro que toman los acontecimientos.
GERDA: Una hija siempre está desarmada frente a su madre, porque es sagrada.
EL HIJO: ¡Cuéntaselo a otros!
GERDA: ¡No hables así!
EL Hijo: Es astuta como un animal, pero su egoísmo suele cegarla.
GERDA: Entonces huyamos.
EL HIJO: ¡Es fácil decirlo! No, nos quedaremos hasta que ese canalla la eche a la calle... Shhht... Creo que viene... ¡Sht…! Y ahora, Gerda, somos nosotros quienes formaremos nuestra masonería. Te daré el santo y seña: ¡Él te pegó la noche de bodas!
GERDA: Recuérdamelo a menudo, porque sería capaz de olvidarlo. ¡Y quisiera tanto olvidar!
EL HIJO: Nuestra vida está destrozada. No tenernos a nadie a quien respetar, nada hacia lo cual levantar los ojos. Si debemos obstinarnos en vivir, es sólo para rehabilitar a nuestro padre.
GERDA: Y para que se haga justicia.
EL HIJO: ¡No digas justicia, dí más bien venganza!
(Entra el yerno.)
GERDA (representando una comedia): ¡Hola! ¿Cómo te fue en la reunión? ¿Todo bien?
EL YERNO: Se postergó.
(Pausa.)
GERDA: ¿Tú vas a hacerte cargo de la casa ahora?
EL YERNO: ¡Estás muy alegre esta noche! Es verdad que Fredrik es un compañero muy agradable.
GERDA: Estuvimos jugando a los masones.
EL YERNO: ¡Es un juego muy peligroso!
EL HIJO: En ese caso, jugaremos a la vendetta.
EL YERNO (desagradablemente impresionado): Los noto muy raros. ¿Se puede saber qué les pasa? ¿Acaso tienen algún secreto?
GERDA: ¿Por qué no? Tú también tienes secretos y te los guardas. (Burlona.) ¿O no tienes secretos?
EL YERNO: ¿Qué ha ocurrido? ¿Vino alguien?
EL HIJO: Gerda y yo nos volvimos espiritistas. Recibimos la visita de un fantasma.
EL YERNO: Basta de bromas, o voy a perder la paciencia... Aunque, en honor a la verdad, Gerda, no te sienta mal un poco de alegría. ¡Estás tan tristona de costumbre! (Quiere palmearle la mejilla, pero ella se esquiva.) ¿Tienes miedo de mí?
GERDA: En absoluto. Hay sentimientos que se parecen al miedo y que, sin embargo, son el polo opuesto. Hay gestos que expresan mucho más que las muecas; y hay palabras qué pueden disfrazar lo que ningún gesto y ninguna mueca son capaces de revelar...
(El yerno, estupefacto, tamborilea con los dedos sobre un estante. El hijo se levanta de la mecedora, que sigue meciéndose hasta la entrada de la madre.)
EL HIJO: ¡Paso a nuestra madre que llega con la papilla!
EL YERNO: ¿Pero qué?
(Entra la madre. Al ver que el sillón se balancea se sobresalta.)
LA MADRE: ¿Vienen a comer la papilla?
EL YERNO: No, gracias. Si es de avena, dásela a tus perros. Si es de centeno, puedes hacer una cataplasma y aplicarla sobre tu forúnculo.
LA MADRE: Somos pobres. Debemos hacer economías...
EL YERNO: Nadie es pobre con veinte mil coronas de renta anual.
EL HIJO: Sí, cuando se presta dinero a los malos pagadores.
EL YERNO: ¿Qué significa esto? ¿Está loco este muchacho?
EL HIJO: Tal vez lo estuve.
LA MADRE: ¿Vienen de una vez?
GERDA: Vamos, vamos. ¡Ánimo, señores, voy a ofrecerles un bistec!
LA MADRE: ¿Tú?
GERDA: Sí, yo. ¡En mi casa!
LA MADRE: ¡Con que ésas tenemos!
GERDA (con un ademán hacia la puerta): Señores, sírvanse pasar...
EL YERNO (a la madre): No entiendo nada.
LA MADRE: Aquí hay gato encerrado.
EL YERNO: Así, parece.
GERDA: ¡Sírvanse pasar, señores! Se dirigen hacia la puerta.
LA MADRE (al yerno): ¿Notaste que la mecedora se balanceaba? Su mecedora...
EL YERNO: Eso no lo noté; pero noté otra cosa...

FIN DEL SEGUNDO ACTO

ACTO TERCERO

(Se oye el vals "Al me decía", de Wolf Ferrari Gerda, sentada, lee un libro.)

LA MADRE (entrando): ¿Lo reconoces?
GERDA: ¿El vals? Sí.
LA MADRE: El vals de tu boda. Lo bailé hasta la madrugada.
GERDA: ¿Tú? ... ¿Dónde está Axel?
LA MADRE: ¿Cómo quieres que lo sepa?
GERDA: ¡Ah! ¿Ya se pelearon?
(Pausa.)
LA MADRE: ¿Qué lees, hija?
GERDA: El libro de Cocina. ¿Por qué no indicarán jamás el tiempo de cocción de los platos?
LA MADRE (un poco molesta): Sabes, es tan variable... Depende de los gustos. Unos los prefieren de un modo, otros de otro...
GERDA: No comprendo. Un plato debe servirse cuando está en su punto; sí no se pasa, y no vale nada. El otro día, por ejemplo, empleaste tres horas para preparar una perdiz. En la primera hora, un olor delicioso inundó el departamento. Después reinó silencio en la cocina y finalmente, cuando serviste la perdiz, el perfume y el gusto se habían evaporado. ¿Me lo puedes explicar?
LA MADRE (molesta): Te aseguro que no comprendo.
GERDA: Explícame por qué no había salsa. ¿Adónde fue a parar? ¿Quién se la tomó?
LA MADRE: No comprendo.
GERDA: Es posible, pero yo hice indagaciones por mi cuenta y me enteré de muchas cosas.
LA MADRE (interrumpiendo): Esas cosas también las sé yo y no serás tú quien me las enseñe; en cambio, yo te enseñaré a llevar una casa.
GERDA: Es decir, a utilizar la soya y la pimienta de Cayena, sin duda. Ya sé, ya sé... y a elegir, cuando das una cena, platos que nadie toca para que queden restos por varios días. . . Y a recibir invitados cuando no tienes otra cosa para ofrecerles que un poco de caldo aguado... Sí, ya sé... por eso, a partir de hoy, tomo las riendas de la casa.
LA MADRE (furiosa): ¿Quieres que sea tu criada, verdad? Entra el yerno con un rebenque en la mano.
GERDA: Sí, y yo seré la tuya. De ese modo, nos ayudaremos mutuamente. (Pausa.) Aquí está AxeI.
EL YERNO: ¿Y? ¿Cómo va esa chaise-longue? ¿Se puede dormir en ella?
LA MADRE: A decir verdad...
EL YERNO: ¿Qué? ¿No estás conforme? ¿Te falta algo?
LA MADRE: Empiezo a comprender.
EL YERNO: ¿De veras? ... Vamos al grano: ya que no es posible comer como es debido en esta casa, Gerda y yo hemos decidido tomar nuestras comidas aparte.
LA MADRE: ¿Y yo?
EL YERNO: ¿Tú? Estás gorda como una marrana, no te hace falta gran cosa. Al contrario, te sentirías mucho mejor si adelgazaras un poco... como adelgazamos todos nosotros. Y ahora... ¿Quieres salir un momento, Gerda? (Gerda sale.) Y ahora, vas a encender el fuego.
LA MADRE (temblando de ira): Hay leña en la estufa.
EL YERNO: No, sólo hay unos cuantos trozos. (Pausa.) Vas a ir a buscar leña para llenar la estufa.
LA MADRE (vacilando): ¿Es imprescindible que quememos nuestro dinero?

EL YERNO: No, pero es imprescindible que quememos leña para que la casa esté caliente. ¡Vamos, rápido! (La madre se demora.) ¡Vamos! A la una, a las dos y a las tres...
(Alza el rebenque y lo hace restallar sobre la mesa.)
LA MADRE: Me parece que no queda leña.
EL YERNO: Una de dos: o mientes o robaste el dinero... Hace pocos días que se ha comprado leña.
LA MADRE: ¡Ah, ahora me doy cuenta quién eres!
EL YERNO: (se sienta en la mecedora) Hace mucho tiempo que habrías tenido oportunidad de darte cuenta, si tu edad y tu experiencia no se hubieran impuesto a mi juventud. Vamos, ve a buscar la leña o. . .
(Alza el rebenque. La madre sale y vuelve en seguida trayendo leña.)
EL YERNO: Ahora, vas a encender; pero quiero un buen fuego, no un simulacro de fuego. ¿Me oyes? Uno... dos... tres. . .
LA MADRE: ¡Cómo te pareces al viejo, así, sentado en su sillón!
EL YERNO: ¡Enciende!
LA MADRE (obedece, pero furiosa): Está bien, está bien.
EL YERNO: Y ahora, mientras nosotros cenamos, tú vas a vigilar el fuego.
LA MADRE: Y yo, ¿qué voy a comer?
EL YERNO: la papilla que te preparó Gerda, en la cocina.
LA MADRE: ¡Papilla con leche descremada!
EL YERNO: Es justo, puesto que ya te tomaste la crema.
LA MADRE: En ese caso, prefiero irme.
EL YERNO: Imposible, te encerraré.
LA MADRE (a media voz): Me arrojaré por la ventana.
EL YERNO: Hace mucho tiempo que debiste hacerlo. Habrías salvado cuatro vidas humanas. ¡Vamos, enciende! ... ¡Sopla! ... Eso es... Ahora te quedas aquí hasta que regresemos.
(Sale. La madre inmoviliza la mecedora. Ya a escuchar por la puerta. Retira algunos leños de la estufa y los oculta bajo la chaise-longue. Entra el hijo, ligeramente ebrio,)
LA MADRE (sobresaltándose): ¿Eres tú?
EL HIJO (se sienta en la mecedora): Sí, soy yo.
LA MADRE: ¿Cómo te sientes?
EL HIJO: Mal, creo que estoy perdido.
LA MADRE: ¡Tienes cada ocurrencia! ... No te hamaques así... Mírame: soy casi una anciana y cumplí siempre con mis obligaciones de esposa y de madre. ¡Sí! Me he matado trabajando... ¿No es verdad?
EL HIJO: ¡Claro! El pelícano.... Que, por otra parte, nunca dio sangre a sus hijos; los sabios saben perfectamente que todo eso es una leyenda.
LA MADRE: Si tienes alguna queja de mí, habla.
EL Hijo: Escucha, madre, si no estuviera ebrio no te respondería francamente, porque no tendría la fuerza necesaria para hacerlo. Pero en el estado en que me encuentro, puedo decirte que leí la carta de mi padre, sí, la que robaste y echaste en la estufa.
LA MADRE: ¿Qué carta? ¿De qué me estás hablando?
EL HIJO: ¡Siempre mintiendo! ... Recuerdo la primera vez que me enseñaste a mentir. Apenas sabía hablar... ¿Recuerdas?
LA MADRE: No, no recuerdo... (Pausa.) ¡No te hamaques así!
EL HIJO: ¡Y la primera vez que, para disculparte, me acusaste falsamente! También recuerdo un día de mi infancia... Me había escondido bajo el piano, vino a visitarte una parienta. Durante tres horas no cesaste de contarle mentiras. ¡Y yo me veía obligado, obligado a escucharlas!
LA MADRE: ¡Mientes!
EL HIJO: ¿Sabes por qué soy tan enfermizo? Porque no recibí el pecho materno, sino una mamadera que me metía en la boca una niñera. . . Cuando fui un poco más grande, la niñera tomó la costumbre de llevarme a casa de su hermana, una prostituta, y allí me hacía asistir a espectáculos como ésos que los propietarios de perros brindan, en plena calle, en la primavera y el otoño... Yo tenía cuatro años... Y cuando te contaba lo que veía en aquella casa me tratabas de mentiroso y me pegabas para castigarme por mis mentiras. Sin embargo, decía la verdad... Esa muchacha, alentada por tu aprobación, me inició, a la edad de cinco años, en todos los secretos del vicio. ¡Cinco años! (Contiene un sollozo.) Después, sufrí hambre y frío, como papá, como Gerda... Entonces no sabía, como lo sé hoy, que robabas el dinero para la comida y el dinero para la leña. ¡Mírame pelícano! ¡Mira a Gerda, mira su pecho exiguo! Sabes demasiado bien cómo asesinaste a mi padre; lo llevaste a la desesperación. Claro, eso no está penado por la ley... Sabes mejor aún cómo asesinaste a mi hermana; pero ahora, también ella lo sabe.
LA MADRE: ¡No te hamaques así todo el tiempo! ... ¿Qué sabe?
EL HIJO: Lo que tú sabes y no tengo el valor de decir... (Sollozo contenido.) Ah, es terrible haber confesado todo esto, pero era necesario... ¡Oh! Cuando hayan desaparecido los efectos del alcohol, me saltaré la tapa de los sesos. Por eso continúo bebiendo. Tengo miedo de volver a mi estado normal.
LA MADRE: ¡Sigue! ¡Sigue mintiendo!
EL HIJO: Una vez que papá estaba irritado dijo que no habías aprendido, como todos los niños, primero a hablar, sino a mentir... Que siempre habías descuidado tus obligaciones para entregarte a tus diversiones. Y recuerdo que un día que Gerda estaba gravemente enferma, te fuiste a ver una opereta; todavía suenan en mis oídos tus palabras: "La vida es bastante dura; ¿para qué hacerla más dura todavía?" Recuerdo también los tres meses de verano que pasaste en París, con papá; tres meses de diversiones y locuras que nos costaron tan caro que quedamos cubiertos de deudas... Y mientras Gerda y yo permanecíamos encerrados en este departamento con las dos criadas, un bombero se acostaba con la cocinera en tu propio cuarto; el lecho conyugal a disposición de esa pareja encantadora.
LA MADRE: ¿Por qué no me lo dijiste antes?
EL HIJO: ¡Te lo dije! Pero lo olvidaste, sin duda; como habrás olvidado que recibí una paliza por haber mentido o soplado empleabas una u otra palabra, a elección. Porque en cuanto oías la verdad, afirmabas que era una mentira.
LA MADRE (da vueltas como un animal enjaulado): jamás oí a un hijo hablarle así a su madre.
EL HIJO: Tienes razón; es poco común y absolutamente contrario a las leyes de la naturaleza, no lo niego... Pero esas cosas había que decirlas. . . Estabas como una sonámbula, era imposible despertarte; no podías, pues, cambiar. Papá decía que aun aplicándote el tormento no se lograría jamás que confesaras una falta o una mentira.
LA MADRE: ¡Tu padre! ¡Siempre tu padre! ¿Crees acaso que tu padre no tenía defectos?
EL HIJO: Tenía grandes defectos, pero se comportaba correctamente con su mujer y sus hijos... ¡Oh! Tú tienes aún muchos secretos, secretos que he presentido, adivinado, pero que no quise ahondar... Papá se llevó a la tumba esos secretos...
LA MADRE: ¿Vas a terminar de una vez?
EL HIJO: Voy a terminar pronto y, entretanto, seguiré bebiendo... jamás podré rendir mis exámenes, porque no creo en la justicia. Las leyes fueron hechas por ladrones, por asesinos, para beneficio de los malhechores. Un testimonio sincero no es válido, dos falsos testimonios bastan para establecer una prueba. A las once y media mi causa es justa; a las doce pierdo todos mis derechos. Un error de copia, un margen que falte bastan para enviarme a la cárcel, a mí, que soy inocente. ¡Y si me apiado de un estafador, me entabla juicio por difamación! Siento un desprecio tan profundo por la vida, la humanidad, la sociedad, y por mí mismo, que no quiero seguir haciendo el esfuerzo de vivir...
Se dirige a la puerta.
LA MADRE: ¡No te vayas!
EL HIJO: ¿Te da miedo quedarte sola?
LA MADRE: Tengo los nervios destrozados.
EL HIJO: Una cosa equivale a la otra.
LA MADRE: ¡Esa mecedora me volverá loca! Cuando se sentaba en ella siempre me parecía ver dos hachas, y con esas hachas me cortaba el corazón.
EL HIJO: ¡Como si tuvieras corazón!
LA MADRE: ¡No te vayas! No quiero quedarme aquí. Axel es un crápula.
EL HIJO: También yo lo creí hasta hoy. Pero ahora estaría más dispuesto a creer que fue víctima de tus inclinaciones criminales... Sí, era un pobre muchacho, que cayó en tus redes...
LA MADRE: ¡Qué modo de hablar! ¡Has de andar en muy malas compañías!
EL HIJO: ¿Las tuve buenas alguna vez?
LA MADRE (suplicante): No te vayas.
EL HIJO: ¿Estás despertando, por ventura?
LA MADRE: Sí, ahora me parece que despierto de un sueño, de un larguísimo sueño. ¡Es terrible! ¿Por qué no me despertaron antes?
EL HIJO: Si nadie pudo hacerlo, es porque era imposible... y como era imposible quizás tampoco tú podías hacer nada.
LA MADRE: Repite eso que acabas de decir.
EL HIJO: Sin duda no podías ser otra que la que eres.
LA MADRE (le besa servilmente la mano): ¡Habla, sigue hablando!
EL HIJO: No puedo más... ¡Sí! Quiero pedirte una cosa: no te quedes aquí; tu presencia sólo agrava el mal.
LA MADRE: Tienes razón. Partiré.
EL HIJO: Pobre mamá.
LA MADRE: ¿Tienes lástima de mí?
EL HIJO (sollozando): ¡Claro que sí! ¡Cuántas veces he pensado: es tan mala que da lástima!
LA MADRE: Gracias por esas palabras. Ahora vete, Fredrik.
EL HIJO: ¿No hay remedio?
LA MADRE: No, es irremediable.
EL HIJO: Sí, es irremediable.
(Sale. Pausa. La madre, sola, permanece un largo momento con los brazos cruzados sobre el pecho, luego se dirige a la ventana, la abre y mira al vacío. Retrocedo hasta el centro de la habitación, toma impulso para saltar, pero se domina. En ese instante, se oyen tres golpes en la puerta del fondo.)
LA MADRE: ¿Quién es? (Pausa.) ¿Quién llama? (Cierra la ventana.) ¡Adelante! (La puerta del fondo se abre.) ¿Hay alguien? (Se oye gritar al hijo en la habitación contigua.) ¡Es él, otra vez él, en el tabacal! ¿No ha muerto entonces? ¿Qué hacer? ¿Adónde ir? (Se oculta detrás del escritorio. Vuelve a soplar el viento, los papeles revolotean por la habitación.) ¡Cierra la ventana, Fredrik! (El viento derriba un florero.) Cierra la ventana, me muero de frío. (Pausa.) ¿No ves que se apagó la estufa?
(Prende todas las luces, cierra la puerta que vuelve a abrirse. La mecedora empieza a balancearse. La madre da -vueltas por la habitación y, finalmente, se arroja boca abajo sobre la chaise-longue, Se oye, viniendo de bastidores, el vals “Él Me Decía". Entra Gerda, trae la papilla en una bandeja y la pone sobre la mesita. Luego apaga todas las luces, menos una.)
LA MADRE (incorporándose): ¡No apagues!
GERDA: Tenemos que hacer economías.
LA MADRE: Ya volviste del viaje...
GERDA: Sí, él no se divertía; le faltabas tú.
LA MADRE: ¡Gracias!
GERDA: Te traje tu cena.
LA MADRE: No tengo hambre.
GERDA: Sí, tienes hambre. Pero nunca comes la papilla.
LA MADRE: A veces.
GERDA: No, jamás. Pero hoy la comerás. Porque sonreías con demasiada crueldad cuando nos servías tu inmunda papilla de avena, la misma que le dabas al perro.
LA MADRE: ¡No puedo soportar la leche descremada!
GERDA: Tú misma la descremaste esta mañana Bien puedes conformarte con la crema que le agregaste al café, ¿no? (Le sirve la papilla.) ¡Come! ¡Ahora, delante de mí!
LA MADRE: ¡No puedo!
(Gerda se agacha y recoge los leños ocultos bajo la chaiselongue.)
GERDA: Si no comes, le diré a Axel que robaste leña.
LA MADRE: ¿Axel? ¡Axel, que no podía estar sin mí! Axel no me hará daño. ¿Recuerdas, el día de tu boda, cuando bailaba conmigo aquel vals: "Él me decía"? ¿Cómo era? Sí... Tararea el segundo estribillo, que es ejecutado también entre bastidores.
GERDA: Sería preferible que no evoques ese recuerdo.
LA MADRE: ¡Para mí fueron los versos, para mí las flores más hermosas!
GERDA: ¡Calla!
LA MADRE: ¿Quieres que te recite aquellos versos? "En el Ginnistan... » El Ginnistan es la palabra persa que designa el jardín del Paraíso, donde las graciosas Peris viven de perfumes... Las Perís son genios o hadas... Poseen esta particularidad: que cuantos más años tienen, más jóvenes son.
GERDA.- ¡Santo cielo! ¿No creerás que eres una Peri?
LA MADRE: Claro, lo dice el poema. Y el tío Víctor pidió mi mano. (Pausa.) ¿Qué dirían ustedes dos si volviera a casarme?
GERDA: ¡Pobre mamá! ¿No te das cuenta que todos se burlan de ti? ¿No comprendes, cuando Axel te insulta?
LA MADRE: ¿Axel me insulta? Sin embargo, me parece que es más cortés conmigo que contigo.
GERDA: ¿Aun cuando te amenaza con el rebenque?
LA MADRE: ¿A mí me amenaza? No, querida, cuando alza su rebenque es contra ti.
GERDA: ¡Mamá! ¿Has perdido la razón?
LA MADRE: Esta noche no podía estar sin mí. ¡Siempre tenemos tantas cosas que decirnos! Es el único que me comprende, tú no eres más que una criatura.
GERDA (toma a su madre por los hombros y la sacude): ¡Despierta, por Dios!
LA MADRE: No has madurado todavía y yo soy tu madre; te he alimentado con mi sangre.
GERDA: No, me diste una botella de vidrio y me pusiste en la boca un trozo de goma. Más tarde, no me quedaba otro recurso que ir a robar al aparador; pero allí sólo había pan de centeno, muy duro, que untaba con mostaza para poderlo tragar; y cuando me ardía la garganta, me refrescaba tomando vinagre. ¡La vinagrera y la cesta de pan fueron mi despensa!
LA MADRE: ¡De modo que ya robabas de niña! ¡Qué escándalo! ¿Y no te da vergüenza confesarlo? ¡Pensar que me sacrifiqué por hijos semejantes!
GERDA (llorando): Todo te lo habría perdonado, pero me arrebataste mi vida, y eso no te lo perdono; porque él era mi vida; con él comencé a vivir.
LA MADRE: No es culpa mía -si me prefirió a ti. Sin duda me encontraba más... ¿cómo decirlo? ... más atractiva. Sí, tenía mejor gusto que tu padre, que sólo supo apreciarme el día que tuvo rivales. (Llaman tres veces a la puerta.) ¿Quién llamó?
GERDA: No hables mal de mi padre. No me alcanzará toda mi vida para lamentar el daño que le hice. Pero tendrás que pagarlo, tú que me azuzaste en contra de él. ¿Recuerdas? Cuando era muy pequeña aún, me enseñabas a decirle palabras hirientes que yo ni siquiera comprendía. Papá tenía bastante discernimiento como para no castigarme. Sabía quién había tendido el arco para arrojarle aquellas flechas envenenadas. ¿Recuerdas cuando me obligabas a decirle que necesitaba nuevos libros de clase, y una vez que le arrancábamos el dinero, nos lo repartíamos...? ¿Cómo podré olvidar todo ese pasado? ¿No hay algún brebaje que pueda anular la memoria sin quitar la vida? ¡Si al menos tuviera la fuerza de abandonarla! Pero soy corno Fredrik: impotente, sin voluntad; somos víctimas... tus víctimas... ¡Y tú te has endurecido, no sufres ni por tus propios crímenes!
LA MADRE: ¿Sabes qué infancia tuve?, ¿Puedes imaginar el horror de ese hogar donde me crié, y todo el mal que en él aprendí? Es algo así como una herencia... Pero, ¿a quién se la debemos? A nuestros primeros padres, contestan los libros, y todo hace pensar que sea verdad. No me acuses, pues, y no acusaré a mis padres, quienes podrían, a su vez, acusar a los suyos, y así indefinidamente. Por otra parte, es lo que ocurre en todas las familias, aunque los extraños no lo adviertan.
GERDA: En ese caso, sería mejor morir. Pero si estoy obligada a vivir, entonces prefiero pasar, sorda y ciega, a través de esta miseria con la esperanza de que a esta vida sucederá una vida mejor.
LA MADRE: ¡Qué exagerada eres, Gerda! Con tu primer hijo tendrás otras ideas y otras preocupaciones.
GERDA: No tendré hijos.
LA MADRE: ¿Cómo lo sabes?
GERDA: Me lo dijo el médico.
LA MADRE: Está equivocado.
GERDA: ¡Mientes una vez más! Soy estéril, incompletamente desarrollada, como lo es Fredrik también, y por eso me niego a vivir.
LA MADRE: ¡Qué tonterías!
GERDA: Si tuviera el poder de hacer el mal como quisiera, ya no existirías. ¿Por qué será tan difícil hacer mal?... Cuando alzo la mano sobre ti me parece que la alzo sobre mí misma.
(La música cesa bruscamente, se oye gritar al hijo.)
LA MADRE (exasperada): ¡Otra vez bebido!
GERDA: ¡Pobre Fredrik!
(Entra el hijo, medio borracho.)
EL HIJO: Creo que... que hay humo en la cocina.
LA MADRE: ¿Qué dices?
EL HIJO: Sí, sí, creo... que hay fuego en la cocina.
(La madre corre al fondo, abre la puerta, pero la detiene el humo; se ve un resplandor rojo.)
LA MADRE: ¡Socorro, fuego! Dios mío, ¿cómo salir? ... ¡No quiero quemarme viva, no quiero!
(Da vueltas por la habitación, enloquecida.)
GERDA (abrazando a su hermano): ¡Fredrik, tenemos que huir! ¡Nos alcanzará el fuego!
EL HIJO. (En voz baja): ¡No puedo!
GERDA: ¡Huyamos! ¡No podemos quedarnos aquí!
EL HIJO- ¿Adónde iríamos? No, no puedo.
LA MADRE: ¡Prefiero tirarme _por la ventana!
(Abre la puerta y se precipita al vacío.)
GERDA: ¡Señor, socórrenos!
EL HIJO: ¡No podía hacer otra cosa!
GERDA: El fuego... ¿fuiste tú?
EL HIJO: Sí, era el único recurso, la única solución. ¿Se te ocurre otra?
GERDA: No, todo debe quemarse, para que podamos liberarnos. Tómame en tus brazos, Fredrik, apriétame muy fuerte, hermano querido. Soy feliz, feliz como nunca lo fui. Todo se ilumina. Pobre mamá, que era tan mala, tan mala...
EL HIJO: ¡Hermanita! ¡Pobre mamá! ¿Sientes qué calor agradable? Ya no tengo frío... ¿Oyes ese chisporroteo? Es todo el pasado que se quema, todo el pasado, tan malo, tan feo, tan odioso.
GERDA: ¡Apriétame fuerte, hermano querido! No nos quemaremos nos ahogará el humo. ¿No sientes qué bien huele?
Son las palmeras que se queman. ¡Y la corona de laureles de papá! Ahora es el armario de la ropa blanca... Huele a lavanda... Y ahora son las rosas.... Hermano querido, no temas, pronto todo habrá pasado. Hermano, mi hermanito, no te caigas. ¡Pobre mamá, que era tan mala! Apriétame, apriétame más fuerte, estrújame, como decía papá. . . Siento como si fuera Nochebuena, cuando nos daban permiso para comer en la cocina y mojar el pan en la olla. El único día en que podíamos comer hasta saciarnos, como decía papá... ¿Sientes qué bien huele? Es el aparador que se quema con el té, el café, las especias, la canela, los clavos de olor...
EL HIJO (como en éxtasis): Llegó el verano, el trébol está en flor, van a empezar las vacaciones. ¿Recuerdas cuando íbamos a acariciar el flanco de aquellos hermosos barcos blancos recién pintados que se demoraban para esperarnos? Papá era feliz entonces. Se sentía lleno de vida, como decía. ¡Adiós a los libros de clase! La vida debería ser siempre así, como él decía... ¿Sabes, Gerda? El pelícano era él. Sí, era él, que se despojaba por nosotros. Usaba pantalones arrugados, su cuello de terciopelo estaba raído, mientras que nosotros íbamos vestidos como hijos de príncipes... Date prisa, Gerda, está sonando la sirena del barco. Mamá está sentada en la cabina... no, no está con nosotros, ¡pobre mamá! No está aquí. ¿Se quedó en tierra? No la veo... Sin ella no tiene gracia... ¡Allí viene!... Van a empezar las vacaciones...

(Pausa. La puerta del fondo se abre, se ven resplandores rojos. El hijo y Gerda se desploman sobre el piso.)


TELÓN

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